domingo, 18 de octubre de 2009

Anécdota de la casa del campo

Recordando anécdotas que me han pasado a lo largo de estos 13 años en la casa, me he animado a escribir una. Os la paso, para variar un poco el tema y a ver si logro sacaros una sonrisa.

Ahora se alquila íntegra, pero hasta hace nada alquilaba habitaciones y yo vivía en ella. De la que empecé, hace ya 13 años, era mucho más tímida que ahora. Lo digo para que os imaginéis el bochorno que pasé con la historia que voy a contar. Yo creo que fue el primer o segundo verano (septiembre, probablemente, por el tipo de clientes que tenía en la casa, muy tranquilos), la cuestión es que tenía alojados los siguientes personajes: 2 curas, 2 señores muy mayores (rondando los 90 años) y un matrimonio muy peculiar, ¡mucho!, con un bebé y un perrito. Yo dormía en la segunda planta también, mi habitación era la del fondo a la derecha; los señores mayores dormían en frente; los curas en la primera de la derecha y la pareja en la que queda. Una noche, sobre la 1 de la mañana, entran los señores mayores en la casa, caminaban con torpeza, eran bastante ruidosos y yo que suelo dormir con un ojo abierto me desperté. Así que los oí subir las escaleras y todo lo que pasó a continuación: intentan abrir con su llave la primera habitación de la izquierda; las llaves tenían número como la habitación, pero con las horas y la torpeza de los años no se fijaron y tras forcejear varias veces el señor peculiar ya despierto les abre la puerta: buenas noche! Los señores mayores preocupadísimos, porque eran despistados, pero muy educados:
_“lo sentimos. Pensamos que era nuestra habitación, etc.”
_“ Pues ya ven, no, aquí dormimos mi mujer y yo…”
Pero el señor peculiar no cierra la puerta y se queda en el pasillo con los otros; que se dan media vuelta e intentan abrir la puerta de enfrente;
_ “Creo que esa tampoco es la suya. Ahí tengo entendido que duermen dos curas…” _les dice el señor peculiar_. “Vaya, ¿pero es que no saben cuál es la suya?
Los otros no sé que argumentan… Y acto seguido, emprenden pasillo adelante y se paran, y en vez de meter la llave en su puerta la meten en la mía; yo que los oigo manipular la manilla, enciendo la luz y me siento en la cama con unos nervios que no podía… me moría de vergüenza abrirl en pijama para explicarles que esa habitación tampoco era la suya… pero no hizo falta, porque la puerta se abrió y me encontré con los 3 dentro de mi habitación… Yo roja como un tomate, los viejecillos avergonzados y aturdidos, porque a esas alturas ya temían hasta haberse equivocado de casa… y el señor peculiar muerto de la risa, diciendo: “pues esta tampoco es! Coño, aquí duerme la posadera!!!! como sólo queda una, tiene que ser la suya. Buenas noches”



Hoy me río mucho recordando la situación, pero en aquel momento me quería morir; y no digo nada, al día siguiente en el desayuno, el cachondeo que se trajo el peculiar, que bien podía haberles mirado el número de la habitación en el llavero y no andar de cachondeo a nuestra costa…
Y os preguntaréis cómo es que abrieron mi puerta, pues dio la coincidencia de que la llave de ellos abría 2 y yo no me había dado cuenta. Ahora que lo pienso, menos mal, que abrieron la mía, porque si llega a ser la de otros clientes, entonces podía haber sido muy gorda…

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