domingo, 17 de mayo de 2009

Aprendiendo a relativizar las cosas


Hace una semana, coincidimos con Marta Rivera de la Cruz, una de mis escritoras preferidas, me dedicó su último libro, La importancia de las cosas, ¡fue genial! Lo acabo de leer y, como todos los suyos, me ha gustado mucho; resulta fácil de leer, entretenido, de esos que no puedes dejar, porque te engancha. Os lo recomiendo.
Entré en la Web de la autora y descubrí que hay gente a la que no le ha gustado tanto como a mí. Por supuesto, una es consciente de que todos no tenemos los mismos gustos, ¡afortunadamente!, por lo que no me extrañó que una persona pudiese opinar lo contrario que yo y que la mayoría; pero, sí me llamó la atención que Marta Rivera se sintiese dolida por esa crítica. Pero, ¿de qué me sorprendo? Si yo misma me sumo en la tristeza cuando alguien no da la máxima puntuación a mi casa. No somos perfectos, ni hacemos las cosas con excelencia, pero lo perseguimos, ¿por eso duele que nos digan a la cara que algo no está superior?
La gracia está en que yo veo que la opinión poco positiva atribuida al libro de Marta Rivera es una nimiedad, una opinión aislada entre muchas a las que les ha encantado la obra. ¿Por qué no podemos relativizar de la misma manera cuando nos tocan una cuestión personal, pensar: ¡vale, yo lo he hecho lo mejor posible, a esta persona no le ha parecido extraordinario, pero a otras muchas sí, y quedarnos con esto!?

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